miércoles, 27 de octubre de 2010

...paciencia

Parece una simple palabra, pero es mucho más. Refleja el equilibrio entre la intención y el ego, entre el deseo y el miedo, entre la niebla y los rayos del sol. Muchas veces no se reconoce como lo que verdaderamente representa, pero es como esas personas de una humanidad muy superior a su tamaño, desde fuera no imaginamos todo lo que albergan en su interior.
Es la palabra de los caídos, de los golpeados y de los que quieren avanzar. Es universal y no conoce situación donde no sea señal de cambio futuro, pero también a veces de resignación. Pocas palabras reflejan más fielmente el camino de la consecución profunda y a la vez la mayor de las justificaciones para permanecer estático, sin hacer nada por avanzar.
Como todo, los pequeños matices marcan la diferencia, y también el nivel de conciencia con que la apliquemos. La paciencia debe ser la capacidad de abstraer los deseos al día a día, de no esperar el retorno en la fecha y hora que nos dice nuestro ego, sino dejar que sea el universo quién decida la fecha de entrega… siempre después de que nosotros hayamos limpiado bien el camino a casa, sacado brillo al buzón, y abierto la puertecita para que el cartero que esté de turno no tenga ninguna dificultad en acertar el destinatario sin dar demasiadas vueltas.
Tan fácil y tan difícil. La paciencia no se tiene con nadie ni con nada, sólo con uno mismo. La paz interior la hace sencilla y natural, el desequilibrio la vuelve justificación de frustraciones y añoranza del futuro. Una de esas palabras que cuando no la usas es porque normalmente te sientes estar en el sitio adecuado.

martes, 19 de octubre de 2010

...lluvia de otoño

Las gotas de lluvia caen como proyectiles pesados. Las notas golpear tu cuerpo, arrítmicas e incesables. No hacen daño, ayudan. Ayudan a crear una barrera invisible que te aísla aún más de los demás. No sorprende que nadie se interese por ti, ahí tirada en medio de la acera. Hoy en día eso ya no sorprende a nadie.  El nivel de anonimato en el que nos vemos envueltos ha alcanzado cotas bochornosas, nos ha hecho perder la identidad como grupo, como raza; y nos ha sumergido en la más solitaria individualidad. La gente pasa y ni te mira. No se interesa por esa joven tumbada en el suelo, vestida, en posición fetal. No notas dolor, sólo la sensación de que la vida se te escapa. Tus ojos cerrados no son obstáculo para interpretar la escena. Esa quemazón en el estómago, tus manos flexionadas sobre tu pecho y el agua templada empapándolo todo. Tormenta de otoño que parece enviada para una purificación, para una limpieza de alma más necesaria que nunca. No sangras pero sabes que parte de ti se va desprendiendo, fluyendo, abandonando tu ser. Proyectas tu vida y piensas que no es mal final. Algo melodramático, pero apropiado para los últimos acontecimientos… tantas ilusiones rotas y tantos besos entregados, pero más importante aún, un paso más en la confirmación de que nunca encontrarás el puerto soñado donde amarrar, el prado húmedo de rocío donde tenderte y dejar que la humedad purifique tu cuerpo, la vida complementaria que acaba de dar sentido a un vagar de rumbo errático.
Te sientes más cansada, más aún, y los ojos ya no responden, no se obligan a permanecer cerrados… simplemente no pueden abrirse. Algún escalofrío recorre tu cuerpo, totalmente empapado ya por la lluvia de Octubre. El momento se acerca, lo sientes llegar. Justo en ese instante, oyes un susurro que viene de ningún lugar: “es el momento de la renovación…deja atrás el dolor, deja atrás la frustración, es el momento de la renovación”.
Notas que el agua cesa y una cálida caricia del sol llega a tu rostro, lo ilumina. Abres los ojos…miras alrededor y todo está igual, todo es lo mismo… todo menos tú. Bienvenida a tu nueva vida.

domingo, 3 de octubre de 2010

...tesoro?

Él volvía del "downtown" cruzando el río. Normalmente un paseo por esta zona de Chicago era un verdadero placer para la vista, pero más aun si se estaba celebrando "St. Patrick's Day". La ciudad y sus edificios reflejando el verde irlandés y un río teñido también de verde creando un efecto espectacular.
Pero el día tenía otra gran noticia, un delgado aparato metálico que cumplía el sueño de un apasionado de los "gadgets" como era él: un flamante Ipad que sostenía en su mano derecha como un nuevo tesoro en la era moderna.
Caminaba absorto, no veía las luces, ni el río casi fluorescente, ni las cientos de personas que se cruzaban junto a él. Sólo veía ese fin de semana que le esperaba, instalando aplicaciones, deslizando sus dedos por esa pulida pantalla táctil, acariciando su perfil metálico satinado como su fuera la piel de aquella novia italiana que nunca pudo olvidar.
Claro que estaba la familia. Para una familia de origen irlandés como la suya este fin de semana no es precisamente el más indicado para pasar todo el día en casa. Seguro que sus hijos y su mujer iban a querer ver el desfile de barcos por el río, hacer un paseo por el parque en plena ebullición... ufff.
Mientras pensaba en todo esto, su mal humor le iba atrapando silenciosamente, haciéndolo desaparecer de todo espacio y tiempo, como en un sueño profundo. El despertar fue abrupto. Una de las rejillas del paso peatonal en el puerto estaba levantada y tropezó con ella. Fue una décima de segundo, un acto reflejo para agarrarse a la barandilla, lo suficiente para hacer las veces de discóbolo y lanzar su flamante Ipad al rio, mientras todos lo veían girar como si de un disco de playa se tratase.
Tras tres segundos interminables el pseudo platillo volante amenizó en el agua, cerca de la ribera, flotando como una barcaza más. Él pensó que no todo estaba perdido y saltó de tres en tres los escalones que bajaban desde el puente a la zona de amarre de los barcos. Estaba justo detrás de dos pequeños botes, reposando aún sobre el agua tintada en verde. Dio un salto y puso un pie en cada uno de los botes. La sonrisa de verse tan cerca del rescate se vio truncada cuando las olas generadas por el movimiento de los botes hicieron que el Ipad oscilara hasta ponerse casi vertical y comenzara justo después a sumergirse en picado como aquella escena mítica de la película "Titanic".
Sus ojos se inyectaron en sangre, su corazón quería estallar, su furia era desmedida y él no estaba en absoluto dispuesto a rendirse; así que se lanzó al río con la idea de recuperar su preciado botín.
A pesar de la poca profundidad, la suciedad del río y el tinte aplicado al agua ese día hacían la búsqueda infructuosa. Él no salía a flote, sabiendo que si perdía un segundo más sería demasiado tarde para su objetivo. Siguió girando sin poder vislumbrar ni un brillo de su tesoro mientras apuraba aún más sus pulmones, que ya comenzaban a pedirle un poco de oxígeno fresco.
Mientras apretaba los dientes sabiendo que debía subir a respirar comenzó a notar cierto mareo por la falta de oxígeno y el exceso de tensión arterial, totalmente desbocada por la rabia. Dio dos brazadas desesperadas a la superficie, pero en lugar del cielo de Chicago encontró con su cráneo el fondo de uno de los botes en los que se había apoyado antes y que ahora vagaban a la deriva.
Con el último volumen de oxígeno que pudo mantenerle vivo creyó ver como su añorado Ipad volvía a sus manos, nadando grácilmente, pero no, no era más que una carpa de río plantada frente a él, mirándolo fíjamente, estática.
Le pareció ver, moribundo ya, que la carpa se encogía de hombros, como preguntándole cómo era posible que fuera tan terriblemente estúpido, pero posiblemente esa fue otra alucinación... la última.