martes, 28 de junio de 2011

...tienes derecho a tener un mal día

Hoy la sociedad nos dice que lo normal es estar bien cada minuto de tu vida. Si no duermes, usa una crema anti fatiga que lo encubra, si los ojos no se abren y están rojos de no dormir, usa un colirio. La imagen ya no queda en el físico, sino que se va también a la actitud. Hay cierta corriente mediática que ha pasado de ver la vida como algo puramente material (físico perfecto, dinero y pertenencias) a vender ahora que la felicidad es sonreír ininterrumpidamente. Si la vida te da limones, hazte un zumo. Sí, claro que sí, pero todo con equilibrio. Una cosa es que uno piense que toda su vida es un limón amargo, porque eso seguramente quiera decir que es necesario un cambio de actitud ante la vida, y otra cosa es que ya uno no se pueda levantar por la mañana un día y verlo todo nublado por mucho sol que brille fuera. ¡Somos humanos!
Después de la tiranía del físico está llegando la tiranía de la sonrisa, como yo la llamo. Y esto no es más que otra moda, porque ante todo no podemos perder la perspectiva fundamental y es que somos seres con emociones, y eso es lo natural. ¿O es que ahora nadie puede sentir un día que algo le satura, que las fuerzas le han abandonado un poco y eso le hace sentirse con ganas de no moverse demasiado e “hibernar” un poco, unas horas, tranquilo en casa? Por supuesto que sí.
El ser humano vive en movimiento continuo. Periodos expansivos y otros de contracción, donde la mente, el cuerpo, todo se prepara para un nuevo periodo expansivo. No te preocupes por eso. Simplemente sé consciente de que te pasa y aléjate de los problemas. Mañana el sol volverá a brillar. No es más que otro ciclo de la naturaleza. Dejemos ya de compararnos con los estereotipos que se crean para que hagamos lo que otros quieren y vivamos nuestra vida con aceptación, y con paz interior… esa sí que es la auténtica 
felicidad.

fotografia de:  estuimagen.com

jueves, 16 de junio de 2011

...me querrás acompañar?

La libertad comenzaba cuando se unían nuestros cuerpos. La vida se transformaba y todo se desvanecía fuera. Nuestras almas pedían un poco más de tiempo para permanecer allí. ¿Es sólo escapar la solución?
No entiendo como el viento a través de la ventanilla del coche era suficiente para entender que todo podía pasar, también para entender que quizá el momento que esperábamos nunca llegaría… o más bien, que nosotros nunca llegaríamos a ese lugar donde el momento se alarga hasta la eternidad.
Ahora déjame respirar un poco este aire caliente, déjame entornar los ojos para que las luces se desvanezcan. Nuestra vida tomó sentido aquí mismo, pero su continuidad quizá dependa de que dejemos atrás todo aquello que pensamos que tenemos. ¿Me querrás acompañar?
La caja del supermercado no es más que una prisión con barrotes de cristal. Tú quieres volver a sentirte útil, pero no hay más frustración de la que siente que se arrastra en una tierra a la que no pertenece. ¿Te animas a ponerte en pie y navegar junto a mí con la única brújula del corazón?
Voy flotando a la velocidad adecuada, oigo esa música que me ayuda a orientar la brújula de mi libertad. Sigue soñando junto a mí, no dejes que despertemos.
Apaga las luces, oigamos a Tracy una vez más…





jueves, 9 de junio de 2011

...tu también disimulas?

Hoy decía un buen amigo que se pasaba los días disimulando, y me ha hecho reflexionar (os dejo abajo el enlace a su entrada del blog). Todos disimulamos en mayor o menor medida, la mayoría casi inconscientemente como parte de nuestro “personaje”, ese que proyectamos hacia los demás, pero que no pocas veces consigue convencernos tanto a nosotros mismo, que nos convertimos en ellos. El disimulo, en mi opinión, es un recurso social, de puertas afuera. Como todo en la vida, usado con cierta moderación puede ser bálsamo que no hiera sensibilidades, pero tornado en hábito puede alimentar un monstruo que algún día se vuelva contra nosotros. Si miramos para dentro el disimulo no tiene cabida, y el reconocimiento de esta actitud nos puede provocar cierta amargura, pues no es otra cosa que el autoengaño. Para quién no entiende que dentro de él puedan existir dos “personalidades” diferenciadas, la que nace del alma y la que dirige el ego, esa sensación de autoengaño le puede iluminar en el concepto. El ego provoca el autoengaño, el alma siente la amargura de la traición a uno mismo.
Hacia fuera ocurre algo similar. Cuando el personaje nos supera nos vemos “disimulando” ante personas que no lo merecen y llega la amargura. Otras veces nos gusta tanto el personaje, tan cómodo y poco exigente ante la honestidad que nos encerramos en él y enclaustramos nuestra vida a unos muros sociales que provocan dentro una pérdida de identidad.
Como en la mayoría de las cosas, en el equilibrio está la virtud, pero si dudas, decide si prefieres la comodidad de la opereta o el desafío de la verdad. Uno te da la paz en el momento, el otro quizá toda la 
vida.



imagen de graciagamboa.blogspot.com

jueves, 2 de junio de 2011

...sólo una partida de ajedrez

Yo tendría once años y mi padre dos trabajos. En uno descansaba el fin de semana, pero doblaba turno en el otro. En este segundo, descansaba los lunes, con lo que la tarde del lunes era la única que podía descansar algo, pues sólo trabajaba ocho horas, cuando el resto de los días trabajaba una media de catorce o quince. Aunque uno de los trabajos era al lado de casa, prácticamente no lo veía.
Los lunes, después de la jornada de mañana, llegaba comía y se echaba una siesta. Yo llegaba a las cuatro y media del colegio y él muchas veces no estaba, porque mantenía un pequeño huerto para que tuviéramos comida fresca y baratita. Él llegaba, me saludaba y se sentaba a leer, o a hacer algunas cuentas de cómo iban las cosas. Yo mientras hacía mis deberes de clase. Había calma, y dos personas concentradas. En realidad tres, porque mi madre hacía tareas de costura casi siempre sentada a nuestro lado e iba ojeando los progresos de uno y otro con una suave sonrisa.
Cuando terminaba mis deberes no me iba a jugar con los amigos; ese día no. Ese día mi padre tampoco pretendía salir al bar con unos amigos, o dedicarse a hacer cosas que deseara en todo ese tiempo en el que sólo podía pensar en trabajar. Ese día él sacaba un viejo tablero de ajedrez con piezas de plástico, algunas de ellas ni siquiera emparejadas con las otras, las disponía sobre aquel tablero con el canto roto  y me retaba a jugar. Claro, primero me enseñó cómo hacerlo. Lo básico. Luego fuimos aprendiendo los dos. Yo me aficioné y seguí jugando con amigos, pero durante mucho tiempo mi mejor partida fue la que jugaba los lunes. No recuerdo como acabó aquel rito familiar, seguramente yo comencé a no darle tanta importancia y él jamás me reprochó que lo dejara. Hoy miro atrás y recuerdo aquello. Hacía años que no lo recordaba. Lo escribo aquí porque no quiero que se me vuelva a olvidar. Si alguna vez tengo un hijo espero tener ese momento tan especial con él; pero eso es sólo hablar de futuro. Se me ocurre que en el presente, quizá a alguien que dispone de mucho tiempo, ahora que está jubilado, y que habrá olvidado cómo se mueven las fichas, le apetezca que un poco de mi tiempo, de ese poco tiempo que a todos los adultos nos dejan las obligaciones, lo dedique a lo verdaderamente importante, una partida de ajedrez.


Dedicado a las DOS personas más importantes de mi vida. Mis padres.