martes, 20 de septiembre de 2011

...cien


                Cien veces recordando que lo hacía sólo por mí. Tantos otros momentos de felicidad pensando que quizá lo hacía también por los demás. Un centenar de miradas hacia adelante y tantas otras recordando hacia atrás. Diez decenas de ilusiones puestas en negro para poderlas compartir en un mar donde no sólo los grandes patrones pueden navegar. Cien que empezó con un uno decidiendo como siempre ¿Cómo se tendrá que llamar? Centenario que no predice una muerte que se acerca sino poco menos que una joven pubertad. Cien reflejos de escritores, filósofos y profetas que no dejaron más que un deseo de un aprendiz de barrio del Sur. Muchas maneras de decir que sigo creyendo en creer y que no me convence rendirme ni de mí ni de nadie más. Cien pasos en una montaña que vista ahora desde aquí descubre su verdadero cometido, mostrarme que hay muchas montañas cercanas a las que todavía llegar. Cien y cien y algunos miles de agradecimientos a esas personas que un día decidieron leer lo que un loco, sin miedo como todos los locos, se atrevía a gritar. Número que no significan nada salvo la marca que dejan en ese paseo por los miedos, las esperanzas y los sueños que  quedaron marcados en ese parque que se ve desde la puerta de atrás. Un canijo y dos barriletes puestos en fila esperándome para hablar y hablar y hablar sin parar. Cien deseos de extender un solo y único estado de felicidad. El post número 100 de esas vueltas a la cabecita loca de uno al que olvidaron despertar a la realidad.

jueves, 15 de septiembre de 2011

...velocistas


Hay velocistas esplendorosos. Su amplia zancada emula a los guepardos mientras acarician el suelo en algo muy parecido a un vuelo rasante. Sus músculos parecen salir de su cuerpo, generar potencia infinita a un ritmo en el límite del impulso eléctrico. No hay señales conscientes, solo un patrón inconsciente que lleva al límite esa fantástica capacidad. Son perfiles poderosos, avasalladores, explosivos. La vida en la élite es corta pues el cuerpo tiene más límites de los que ellos aprecian en su lucha contra el cronómetro y la competencia es brutal. Miradas desafiantes en la línea de salida. Juegos de egos enfrentados para obtener una milésima de ventaja que pueda ser crucial. Algunos consiguen hacer de su carrera un camino de lucro y éxito y con suerte mantienen los réditos durante un periodo importante de su vida. La mayoría no. Acaban enfrentándose a otros ritmos de vida, carreras mucho más largas, de fondo, molestas y desconocidas para estos corredores de alta velocidad.
En la vida siempre he preferido las carreras de ritmo sostenido. Aquellas que dan tiempo a chequear tu interior y regular los esfuerzos. Aquellas  donde el crecimiento es continúo y no depende de la explosividad de un momento de gloria. Muchas veces he visto a velocistas pasarme como ciclones mientras miraban para atrás con esa zancada primorosa, mientras mi ritmo continuo, de aspecto cansino y poco estético quedaba muy muy atrás.  A la mayoría los encontré en el camino, lesionados en su ego, absortos tras perder su grácil estilo, desorientados al ver que trataron de correr la carrera de su vida apostando todo sólo a nueve segundos de gloria y olvidando lo demás.  Traté de hacerles ver que la meta estaba mucho más allá.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

...esperar


Esperar es ingrato. Uno se queda ahí, a las puertas de algo que tiene previsto hacer, y el momento no llega. Buscamos alternativas para que ese tiempo pase sin que nos demos cuenta, lo más rápido posible. Una revista, un vistazo al móvil, o darle dos vueltas más a aquel asunto que ya nos iba apareciendo en nuestros pensamientos cuando aún veníamos de camino. ¿Qué tiene ese rato que lo hace tan inútil? ¿Lo es por inesperado, por aparecer justo cuando menos apetece, por no avisar y sorprendernos sin nada previsto para llenar el vacío...?
Y si ese fuera el momento. Ese momento que esperábamos para tener nuestra gran idea. Ese espacio de tiempo donde dejar la mente en blanco y conectar con ese pobre cuerpo que nos acompaña siempre, a pesar de nuestra indiferencia. Esa oportunidad de conocer a las personas, a esas personas anónimas que por el simple hecho de llamarse así ya no merecen mucha más atención. Y si fuera el momento que el destino nos ha ofrecido para cambiar nuestra vida… o quizá estabas esperando a que ese momento fuera avisado con luces de neón para no dejarlo escapar. No malgastes un segundo. Son todos igual de válidos. Las experiencias que decidamos afrontar y disfrutar en esos momentos serán las que además de válidos los harán especiales.