Cien veces recordando que lo
hacía sólo por mí. Tantos otros momentos de felicidad pensando que quizá lo hacía
también por los demás. Un centenar de miradas hacia adelante y tantas otras
recordando hacia atrás. Diez decenas de ilusiones puestas en negro para
poderlas compartir en un mar donde no sólo los grandes patrones pueden navegar.
Cien que empezó con un uno decidiendo como siempre ¿Cómo se tendrá que llamar?
Centenario que no predice una muerte que se acerca sino poco menos que una
joven pubertad. Cien reflejos de escritores, filósofos y profetas que no
dejaron más que un deseo de un aprendiz de barrio del Sur. Muchas maneras de
decir que sigo creyendo en creer y que no me convence rendirme ni de mí ni de
nadie más. Cien pasos en una montaña que vista ahora desde aquí descubre su
verdadero cometido, mostrarme que hay muchas montañas cercanas a las que
todavía llegar. Cien y cien y algunos miles de agradecimientos a esas personas
que un día decidieron leer lo que un loco, sin miedo como todos los locos, se
atrevía a gritar. Número que no significan nada salvo la marca que dejan en ese
paseo por los miedos, las esperanzas y los sueños que quedaron marcados en ese parque que se ve
desde la puerta de atrás. Un canijo y dos barriletes puestos en fila esperándome
para hablar y hablar y hablar sin parar. Cien deseos de extender un solo y
único estado de felicidad. El post número 100 de esas vueltas a la cabecita
loca de uno al que olvidaron despertar a la realidad.
martes, 20 de septiembre de 2011
jueves, 15 de septiembre de 2011
...velocistas
Hay velocistas esplendorosos. Su amplia zancada emula
a los guepardos mientras acarician el suelo en algo muy parecido a un vuelo
rasante. Sus músculos parecen salir de su cuerpo, generar potencia infinita a
un ritmo en el límite del impulso eléctrico. No hay señales conscientes, solo
un patrón inconsciente que lleva al límite esa fantástica capacidad. Son perfiles
poderosos, avasalladores, explosivos. La vida en la élite es corta pues el
cuerpo tiene más límites de los que ellos aprecian en su lucha contra el
cronómetro y la competencia es brutal. Miradas desafiantes en la línea de
salida. Juegos de egos enfrentados para obtener una milésima de ventaja que
pueda ser crucial. Algunos consiguen hacer de su carrera un camino de lucro y
éxito y con suerte mantienen los réditos durante un periodo importante de su
vida. La mayoría no. Acaban enfrentándose a otros ritmos de vida, carreras
mucho más largas, de fondo, molestas y desconocidas para estos corredores de
alta velocidad.
En
la vida siempre he preferido las carreras de ritmo sostenido. Aquellas que dan
tiempo a chequear tu interior y regular los esfuerzos. Aquellas donde el crecimiento es continúo y no depende
de la explosividad de un momento de gloria. Muchas veces he visto a velocistas
pasarme como ciclones mientras miraban para atrás con esa zancada primorosa,
mientras mi ritmo continuo, de aspecto cansino y poco estético quedaba muy muy
atrás. A la mayoría los encontré en el
camino, lesionados en su ego, absortos tras perder su grácil estilo,
desorientados al ver que trataron de correr la carrera de su vida apostando todo
sólo a nueve segundos de gloria y olvidando lo demás. Traté de hacerles ver que la meta estaba mucho
más allá.
Fotografía de http://forever15-online.blogspot.com/
miércoles, 7 de septiembre de 2011
...esperar
Esperar
es ingrato. Uno se queda ahí, a las puertas de algo que tiene previsto hacer, y
el momento no llega. Buscamos alternativas para que ese tiempo pase sin que nos
demos cuenta, lo más rápido posible. Una revista, un vistazo al móvil, o darle
dos vueltas más a aquel asunto que ya nos iba apareciendo en nuestros
pensamientos cuando aún veníamos de camino. ¿Qué tiene ese rato que lo hace tan
inútil? ¿Lo es por inesperado, por aparecer justo cuando menos apetece, por no
avisar y sorprendernos sin nada previsto para llenar el vacío...?
Y
si ese fuera el momento. Ese momento que esperábamos para tener nuestra gran
idea. Ese espacio de tiempo donde dejar la mente en blanco y conectar con ese
pobre cuerpo que nos acompaña siempre, a pesar de nuestra indiferencia. Esa
oportunidad de conocer a las personas, a esas personas anónimas que por el
simple hecho de llamarse así ya no merecen mucha más atención. Y si fuera el
momento que el destino nos ha ofrecido para cambiar nuestra vida… o quizá
estabas esperando a que ese momento fuera avisado con luces de neón para no
dejarlo escapar. No malgastes un segundo. Son todos igual de válidos. Las
experiencias que decidamos afrontar y disfrutar en esos momentos serán las que
además de válidos los harán especiales.
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