viernes, 23 de marzo de 2012

...él, María y un gato.

Él estaba sentado en el suelo, como cada tarde. Medir escasamente ochenta centímetros te permite obtener una perspectiva muy particular de la vida, y más aún si estás sentado en el suelo. Al poco rato María, la vecina de al lado, salió de su casa y se dispuso, con paso un poco precipitado, a cruzar al otro lado de la calle buscando la parada de autobús. Los tacones marcaban un ritmo de paso ligero militar, y la linea trasera de las medias indicaba un camino oscilante que se perdía en los pliegues de su falda marrón. Tenía las suelas gastadas, pero la piel del zapato brillaban como nuevos. El olor que dejaba a su paso le hizo pensar que tendría algún encuentro especial. Él estaba acostumbrado a jugar con ella y siempre tenía ese olor tan característico a jabón y piel joven que ahora aparecía cubierto por una delgada capa de azahar y jazmín.
De repente, un gato se cruzó en su camino y le hizo cambiar la perspectiva como si fuera una toma de acción en una película de sábado por la tarde. El lomo oscuro con manchas blancas se contorneaba armónico, felino, sutil. Una mirada atrás fue suficiente para que acelerara su ritmo y desapareciera por el portal con un salto tan espectacular como aparentemente falto de esfuerzo por su parte. ¡Quién fuera gato en algunas ocasiones! Se levantó pensando en esto cuando sintió que todo su mundo se volvía del revés, pero no era el mundo, era él. Tanta distracción le hizo olvidar el hueco de la alcantarilla que permanecía abierta desde las últimas lluvias, y sólo pudo acertar a percibir, casi a cámara lenta, el gesto de horror de María desde el otro lado de la calle y el de cierta satisfacción del gato desde la encimera de la cocina, asomando por la ventana. Mas tarde, con los ojos cerrados, sintiendo el dolor en su cuerpo y la vergüenza en el alma, imaginaba que el pelo de maría rozaba su nariz como tantas otras veces, mientras sus dedos largos y finos le hacían esas cosquillas que tanto le gustaban.¿el gato?... nadie se acuerda de un gato en esos momentos. Con los ojos entreabiertos miraba de lado a ver si María se decidía a cruzar la calle de nuevo y hacer ese sueño realidad, pero el chirriar de los frenos de un autobús de línea le hizo entender que ese día tenía más en común con el gato que con María. Él también tendría que lamer sólo sus heridas.