martes, 10 de julio de 2012

... el canto a la revolución

El sol cuece el verde de las rejas de mi ventana. La pintura, fiel compañera del acero en todos estos años, ahora se resiste a licuarse y deslizarse por la pantorrilla del barrote. Utiliza el sol para hacerse más rígida...y también más frágil. Cambia su plasticidad por una capa delgada y crujiente, confiando en que ningún pájaro despistado ni ningún humano travieso decida desahuciarla de su morada.
A lo lejos, una visión desenfocada por el fuego de la tierra. Un aliento incendiario de surcos de piedra, tiempo atrás frondoso jardín. El verano llegó a todos, aunque aquí siempre llega antes. Nos avisa de lo que viene para que seamos embajadores, para que vayamos diciendo al resto que se vayan preparando. Siempre ha sido así, y esperemos que siga siéndolo. El código de barras de la persiana da una tregua con su sombra, pero deja entrar un aire cálido y seco, que juega con el ventilador y caldea tu piel rosada mientras parece que sonríe.
Oigo el cantar del gorrión. De ese gorrión que me saluda cada mañana desde el pico de mi balcón. Ese que me mira en las horas frescas mientras come pacientemente, y que desaparece en las calurosas como aquellos amigos falsos en tiempos de problemas. Hoy, a pesar del infierno con el que el sol nos somete, ha decidido cantar. La libertad de la naturaleza frente a los elementos, de esa individualidad frente a la unidad que somos todos. Arriesga en el empeño, pues las fuerzas a esta hora no le deben acompañar. Su canto refresca mi tarde mientras templa mi corazón. Espero que mañana mi viejo amigo me visite y me cuente con su mirada a que se debió este canto a la revolución.