sábado, 10 de noviembre de 2012

...Suspiro

Porque todo tiene su lugar hoy respiro y me dejo llevar. Fluye la melodía de suaves acordes en mi mente, tomando un pincel imaginario que traza gruesas líneas de textura desigual. Firmes y marcados esbozos de nada comparado con la realidad. Música escondida tras el quicio de la intuición, sabes que está ahí pero no sólo no la ves... tampoco la oyes, pero sí; sabes que está.

Llega la armonía a inundar tu propio ritmo, lo hace bajar, sosegarse, se templa con el diapasón de la tranquilidad. Esa que vives cuando vuelves a casa, dejas la maleta en el suelo, y te sientas en el sofá. Esa que te llega cuando aquella persona te llama diciendo que está bien. Esa que acompaña el beso de una madre tras semanas si poder compartir risas contigo. Sosiego, paz interior, felicidad.

Y parecerá extraño, difícil, increíble; pero todo comienza con una respiración. Aire imperceptible que llena tus pulmones en la cantidad necesaria, con la velocidad que tu vida, tus acciones, tu pasado, aprendió a calibrar. Esa velocidad que no duele, pero se hace notar.
Respiro una vez más, ya consciente de que ella me llevó hasta allí, y que ahora, sólo queda disfrutar. Mareas de sensaciones llegan a la orilla de mi corazón, lo acarician suavemente, y se vuelven atrás. Cabalgan de nuevo, esas olas caprichosas, contándole a sus amigas que rozaron una orilla cálida, firme, honesta que se deja dar cariño... tanto como lo da. Y las olas miran al cielo suplicando una ventisca que les haga llegar antes, adelantando a las que van primero, para poderlo saludar. El cielo está sonriendo, despistado, a una nube juguetona que hacía cosquillas a la luna... una carcajada suya provocó cierta corriente y las olas se afanaron en exprimir el silbido como si fuera la vida lo que se escapaba por él. Tocaban orilla y volvían, una vez tras otra, replicando a una brisa que no era nunca tal, sino sólo el suspiro de un joven que, de nuevo, en los brazos de una diosa, atracaba su velero y salía a pasear.